Sutil tratado de los paisajes
Por Santiago Villanueva
Florencia Böhtlingk (Buenos Aires, Argentina, 1966) trabaja el paisaje desde comienzos
de los años noventa. Los primeros no tenían una ubicación geográfica específica, sino una
ubicación borrosa, indefinida, que tendían a un surrealismo húmedo (surrealismo del Grupo
Litoral 1 : vegetación, tierra y ambiente de incerteza) más próximo al de la obra de la pintora
argentina de los años ochenta Marcia Schwartz, pero también cercana a lo que me gusta
llamar un Surrealismo rosa, fuera de programa, pensado para no formar un común acuerdo;
donde se presenta cierto enrarecimiento de la imagen. A partir de finales de los años noventa,
su pintura poco a poco se empieza a situar, no es un paisaje genérico, pero tampoco de una
geografía amplia, sino un paisaje concreto y determinado, un espacio mínimo y próximo: una
autobiografía.
Decir Misiones ( provincia del litoral argentino que limita con Brasil, Paraguay y Uruguay) o decir
Río de la Plata en la pintura de Florencia Böhtlingk no es referir a una paisaje prototípico, sino a
una situación…también casual. ¿Cómo vincular el paisaje misionero en la pintura de Florencia?
Como un encuentro, que en el tiempo tiene, más allá de lo vivencial, una instancia de obsesión.
Como sucede con la observación de la vida de las aves, donde pasar tiempo y describir es
la única manera de conocer las cosas. Conocer no como una actitud para atrapar sino para
aprender a poder vincularse mejor, poder nominar y cuidar. La pintura es una actitud pasiva
frente al paisaje: aprender para que otrxs puedan aprender. Hablamos con ella de Vinciane
Despret y su libro “Habitar como un pájaro”, porque allí hay un desarrollo de las muchas ideas
sobre qué puede ser un territorio, donde esos bordes son mucho más difusos que cualquier
idea de frontera o límite. El canto en los pájaros, el olor en muchos mamíferos delimita…y la
pintura puede intentar leerse como muchos registros de un territorio, que puede tener que ver
tanto con un cortejo hacia otrxs, o como la visualización de lo pequeño o lo demasiado animado.
Florencia no pinta el paisaje de Misiones, se acerca a un pequeño paisaje en Misiones: a la
Colonia La Flor, a la posada La Bonita, que son parte de su historia personal. Es lo que la
distancia del siglo XX. Entonces pintar un paisaje es pintar anécdotas, días concretos, un diario.
No hay arraigo, ni localismo, no hay historia fundacional, menos aún nacional. Misiones es
un límite, a la vez que frontera geográfica y política, el idioma es mezcla, la vegetación es
mezcla…la línea que divide una cosa de la otra, ahí es más frágil, no hay defensa y orgullo por
lo concreto sino por la mezcla: los nombres de las aves, las comidas, son más de uno, la manera
de presentarlos también, entre el collage y lo inacabado. Lo técnico abre esa experiencia. Cada
pintura de Florencia requiere decisiones previas que definen caminos muchas veces paralelos
entre las imágenes: de una aguada imprecisa, a la rigidez de un plano de color, o de la velocidad
sobre el papel, al detalle y minuciosidad en la tela. Aparecen los nombres propios que se
repiten, no hay viaje sino estadía, no hay ganas de conocer sino de vincularse. Sin embargo,
también hay historias que llevan a otras, una red. El paisaje como un espacio de recolección de
historias ( paisaje como bolsa): aparece la presencia jesuítica, el movimiento entre fronteras, la
inmigración interna, la mezcla de lenguas, las palabras, el turismo, el escritor Horacio Quiroga
y el pintor Carlos Giambiagi.2
La pintura de Florencia tiene hoy una presencia en Buenos Aires, una ciudad que prefiere la
pintura, donde el arte contemporáneo se presenta fuera de las mareas de agendas, o que están
más genuinamente infiltradas. Es bueno ver su pintura para volver a ver el siglo XX en el sur,
pero también sostener esa pregunta sobre la resistencia al tema. No tematizar es de alguna
manera entregar menos, categorizar menos, pero en el sentido de resistir, no representar lo que
se espera: lo que cotidianamente se puede decir “estar en una”, una borrachera que también
es la de la locura, como conocemos muchos de los activismos que solo la distancia pudo verlos
así.
El paisaje en la tradición del sur de comienzos del siglo XX está marcado por la lectura técnica del
libro “Tratado del paisaje” de André Lothe. La historia del arte se ocupó de marcar esta dirección
que era bibliografía obligatoria de varias generaciones. Sin embargo, algunas escrituras locales
marginales hicieron aportes más desviados que hoy pueden resultar interesante releer. Entre
ellos Rodrigo Bonome y Carlos Quiroga, aunque con un tono enredado de época; uno habla
de la geometría como búsqueda de un equilibrio y el otro la relación entre el paisaje y el amor.
Rodrigo Bonome dice: “La geometría es al paisaje lo que la jaula es al pájaro. Aquella será un
recurso de equilibrio. Sometido al rigor de sus leyes, el paisaje se verá liberado de cuanta línea
no juegue un rol categórico. El sometimiento a la geometría encierra un propósito; la síntesis.
Y decir síntesis es decir esencia. Es decir depuración”. Partir del paisaje, tiene algo de ese
encierro o de frustración de la que habla Bonome, y en ese sentido Florencia inventa miles de
modos posibles de la pintura para escapar de la representación y acercarse a contar historias.
Carlos Quiroga relaciona el paisaje al amor luego de rebuscados recorridos por el Martín Fierro
“El amor tiende a la unificación. Cuando el espíritu amante ha penetrado en un pedazo de tierra
espiritualizándolo y embelleciéndolo, de tal modo, en la función estética, que el espíritu es el
paisaje hecho alma y el paisaje el alma objetivada; entonces, solo entonces, pueden quedar
expresas las indicadas creaciones espirituales”. Aunque solo se puede leer este párrafo desde
una visión de un siglo XX europeizado, creo que hay ciertos desvíos de vanguardia, que quiere
decir moverse entre lo supuestamente conocido; el paisaje como un modo de escape y a la vez
de unidad, pero no pensada como algo que iguala sino que permite cercanía. Es por eso que
lo que permite a Florencia pintar el paisaje, no es solo la permanencia y su estudio, sino las
charlas, conversaciones, narraciones e historias pequeñas. Sus pinturas, independientemente
del tamaño, son pequeñas historias, por eso cada una requiere de diferencias y decisiones
particulares, ya sea en los colores, pinceladas y formatos.
Durante las últimas décadas Florencia ha pintado en la naturaleza buscando modos de contacto.
Eso se ve en está selección, que aunque tenga ausencias, es abarcativa en el tiempo, de una
pincelada menos planimétrica, a planos más marcados, de focos en el paisaje a escenas más
amplias, de lo precioso a lo impreciso y a la inversa, algo más propio de la mirada y de la duda,
pero también un sutil tratado para los vínculos.3
1 El Grupo Litoral fue un grupo de artistas, como Juan Grela (1914-1992), radicados en la provincia argentina de
Santa Fé que se encargaron de trabajar temáticas afines al Río Paraná que atraviesan la provincia y llegan hasta
Paraguay, y que hoy son revisitados por muchos artistas contemporáneos.
2 Horacio Quiroga (Salto, Uruguay 1878 – Buenos Aires, 1937) fue un escritor, radicado en la Provincia de Misiones,
donde escribió numerosos cuentos y se vinculó al artista anarquista Carlos Giambiagi (Salto, Uruguay 1887 – Buenos
Aires, 1965), con quien colaboró en numerosos proyectos de libros.
3 Me gustaría pensar la pintura de Florencia en relación a la de Vivian Suter. Pintora argentina que vive en
Guatemala desde 1982 y que durante las últimas décadas ha pintado en la naturaleza buscando maneras de
contacto, algo que Florencia también hace.