pintura inhumana
leila tschopp
Curaduría mariana obersztern
26 mar. — 23 jun. 2024
VISTA DE SALA
Ph. Jorge Miño. Cortesía ArtHaus
obras
Sin título. Serie Pintura inhumana, 2024
Leila Tschopp
Acrílico sobre MDF y silicio
183 x 230 cm
Sin título. Serie Pintura inhumana, 2024
Leila Tschopp
Acrílico sobre MDF y silicio
183 x 230 cm
Sin título. Serie Pintura inhumana, 2024
Leila Tschopp
Acrílico sobre MDF y silicio
183 x 230 cm
Sin título. Serie Pintura inhumana, 2024
Leila Tschopp
Acrílico sobre MDF y silicio
183 x 230 cm
Sin título. Serie Pintura inhumana, 2024
Leila Tschopp
Acrílico sobre MDF y silicio
130 x 183 cm
Sin título. Serie Pintura inhumana, 2024
Leila Tschopp
Acrílico sobre MDF y silicio
130 x 183 cm
Sin título. Serie Pintura inhumana, 2024
Leila Tschopp
Acrílico sobre MDF y silicio
230 x 183 cm
TEXTO
Centrípeta, centrífuga e inhumana
Es 23 de Junio de 2016. En una casona del barrio de Palermo pueden visitarse obras de distintos artistas, algunas de ellas dispuestas en sitios inesperados. Este es el caso de un mural de gran tamaño de Leila Tschopp emplazado a uno de los lados de un dormitorio. La pintura replica parte del material circundante -columnas, mosaicos, molduras. El dormitorio parece entonces desdoblarse hacia uno de los costados como un gigantesco espejismo.
Unos años después, Leila presenta AMA en Galería Hache. La muestra, compuesta por un extenso mural y una habitación dedicada a maniobras performáticas, es impactante. Allí, continúa con su búsqueda en torno a las aristas del espacio, sus vacíos y sus llenos. Estas indagaciones arquitectónicas, en las que sin embargo prescinde de elementos físicos tales como cemento, vigas, tuercas y revestimientos, no nos impide afirmar que se trata de una suerte de tratado sensible acerca de las tridimensionalidad de la materia.
La casa de fuego. La casa en llamas es una obra de 2021 en la que las durmientes reales se hacen presentes. La sala, tomada por sendas imágenes de colores saturados pintadas en las paredes, conviven con una porción de obra que se materializa en hierros verdaderos. Aquellos elementos, tantas veces aludidos, metaforizados y sublimados en las pinturas, participan ahora de la cita.
En Pintura inhumana, la pintura de Leila Tschopp ensaya volver a acomodarse en cuadros.
Pintura inhumana
Resulta posible contemplar la presente instalación de Leila Tschopp desde los diversos puntos cardinales activados en la sala: perspectivas múltiples que la artista ha inducido a través de sutiles mapeos con los que se propone orientarnos en el metraje, o por el contrario, marear y confundir nuestros sentidos. Sin embargo aquellas marcaciones no son meras localizaciones espaciales, ya que si bien la pieza demanda por parte del espectador su disponibilidad física para brindarse al recorrido, cada pintura es en sí misma un punto de llegada, el destino final de una ruta rotundamente específica.
Una vez enfrentados a cada pieza como si nos encontráramos al pie de un imprevisto altar, cada pintura parece encarnar cierta forma de situación liminal, tan inesperada como esencial, tan accidental como imprescindible. Los humanos presentes en los cuadros, en todos los casos posesos por un estado de intenso caudal dramático, parecen estar ensayando alguna clase de punto ciego: asuntos del orden del desánimo y la finitud, de la desmesura o el espanto. Los humanos en las pinturas de Leila, se comportan como un elenco de actores a quienes la autora hubiera ungido para el emplazamiento de una suerte de testeo o ensayo psicofísico personal. Es posible casi escuchar las indicaciones que les ha dado antes de hacerlos entrar en el cuadro.
Las arquitecturas que rodean, albergan o protagonizan las pinturas -y que como en obras anteriores de la artista son dueñas de una modalidad polifacética capaz de migrar desde las paredes a los lienzos, o desde los lienzos hacia su presencia tridimensional,- empatan aquí con las emociones batientes: glorietas inconclusas, esquinas falsas y pasillos escorzados funcionan en las pinturas como cámaras de reverberancia que desde sus formaciones deshabitadas acrecientan el rigor existencial.
¿Cuál es el peso de un cuerpo humano que se deja caer? ¿Cuál el de un ánimo en esa misma circunstancia? Es que sus pesadumbres propias, ¿se restarían o se sumarían en una eventual ruta de descenso? Estas preguntas, ubicadas entre las leyes de gravedad y su relación con las concupiscencias del alma, merodean entre las formas y el modo en que todo ha decidido acomodarse sobre el plano.
La paleta utilizada por Tschopp, se imanta con cierta cualidad propia de la lógica del corralón o las obras en construcción, en donde los colores de los elementos no responden al capricho o al azar, sino que devienen del cuerpo mismo de la materia que los comporta: en el corralón el cemento es cemento, el ladrillo es ladrillo, la arena es arena. Si bien aquí no son esos los tintes elegidos para poner en juego, sí se ha vampirizado de aquellas prácticas su provocativa economía y su obstinada repetición; una condensación traviesa desde la cual la artista nos convence momentáneamente -con la participación cómplice de nuestra credulidad, claro- de que también aquí los colores existentes en los planos son los colores de las cosas.
En pintura inhumana, tanto los objetos como los sujetos logran afincarse y posicionarse en la superficie del cuadro; aun así, resulta inocultable el set de operaciones precedentes que como una celosa pátina de pentimento exponen los actos de la artista contenidos allí. Los movimientos invisibles de Leila titilan como una luz señal que nos impide equivocarnos; mientras los personajes llevan a cabo sus quehaceres en los cuadros, los cuadros están a su vez hechos de los quehaceres de Leila: los espacios, prueban ser locaciones en los que unos cuerpos habitan, sí, pero sin dejar de ofrecerse como simples líneas y planos; los cuerpos son concedidos a las pinturas como humanos, sí, pero una vez allí no les es dado desoír su categoría de pura sustancia.
Situada entre el rastreo diestro y preciso del agrimensor, y la hondura de la indagación metafísica, Leila Tschopp comanda los controles de su búsqueda mientras también se deja direccionar por ella. El punto de concurrencia que consigue entre los estados del alma y la escucha que ofrece a la materia, proveen a su práctica de una refinada y conmovedora fricción. Allí, la relación intensa entre su pensamiento y su fe en el devenir de la materia, se postulan implícitamente casi como una coordenada ideológica, no de las que se blanden como coqueterías sino de aquellas que no pueden evitar practicarse.
Mariana Obersztern
Febrero, 2024