PEQUEÑAS SALIENTES
LUCAS DI PASCUALE
MAY 8 . — JUN 12. 2024
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Lonicera caprifolium. Serie Blossfeldt, 2018
Lucas Di Pascuale
Foto directa digital impresa en papel Canson Platine Fibre Rag 310 grs
26 x 20,3 cm
P.A. + edición de 3
La revolución es un sueño eterno. Series Querido margen Libros, 2018
Lucas Di Pascuale
Pencil and pen on paper
19.7 x 14.6 in
Quignard Montoya. Serie Retrato libros a pedido, 2013
Lucas Di Pascuale
Pencil on paper
16.5 x 11.8 in
Un resplandor sin nombre página 144. Serie Alfabeto marginal – Los Oscar del Barco, 2022
Lucas Di Pascuale
Giclée print
16.5 x 11.8 in
Edition of 10 + A.P
Un resplandor sin nombre página 179. Series Alfabeto marginal – Los Oscar del Barco, 2022
Lucas Di Pascuale
Giclée print. 16.5 x 11.8 in
Edition of 10 + A.P
text
Una mínima intervención
Lo que leemos es producto de una época pero es, asimismo, resultado de una sumatoria de elecciones
personales. Los libros que tenemos en nuestra mesa de luz, tan cercanos a la cama, o aquellos
que guardamos en los estantes de nuestras bibliotecas, los que llevamos en la mochila, los que nos
acompañan en nuestros viajes. Hay una anécdota de Borges al respecto: después de una de sus conferencias, un asistente se acerca para pedirle que le recomiende algunas lecturas, a lo que responde
que jamás podría hacerlo porque la bibliografía “es algo muy íntimo”. Recorrer esta exhibición
es como revisar el cajón de la mesa de luz de una casa prestada y encontrar, en un libro a medio
terminar, la pequeña saliente del señalador. Tras abrirlo en esa página, advertimos que la marginalia
escrita a mano alzada se apodera del sentido del texto impreso. Así, con cierta impunidad, el
espectador se adentra en el universo privado del artista a modo de voyeur para descubrir que, en el
fondo, en el corazón de lo más propio, no hay sino apropiación.
Esta tensión entre lo íntimo y lo externo, entre lo propio y lo impropio, no es inherente a la escritura
sino que la tragedia de todo ser hablante es la de expresarse en un lenguaje que no le pertenece.
Nuestra lengua materna es de un otro que nos antecede y nos excede. Aprender un idioma es también
aprender una forma de ver el mundo. Por ejemplo, el interés puesto en el horizonte, en esa
línea de tensión donde parece no haber nada arriba ni abajo, dialoga con el sistema occidental de
escritura, con su estructura chata de renglón. En el desprecio de los colonizadores por la llanura,
continuada por la mirada civilizatoria sarmientina, aburrida de tanta pampa, se impuso en nuestro
territorio una grafía sin interés estético. Quien escribe no necesita de ningún otro talento más que
el de la abstracción. El texto se aleja de la imagen como una ecuación matemática. Pienso esto en
contraste con la caligrafía china, cultura que supo enamorarse de su paisaje. En trazos con pincel y
tinta, un poema genera pinturas agitadas como la hierba en el viento.
El movimiento de Lucas Di Pascuale sobre el lienzo rescata elementos del paisaje autóctono para
fundar una grafía ideogramática. Su eco reverbera hacia otra dimensión completamente diferente
a la del original y se inscribe entre líneas. Desde los márgenes de los diferentes discursos, ahonda
en lo inconmensurable para envolver el libro subrayado entre pliegues y capas de sentido. Extrae
frases alrededor de las cuales dibuja formas derivadas tanto de la vegetación que lo rodea como de
fantasías, improvisando un nuevo alfabeto que vacila entre la materialidad y la inteligibilidad. Su
bosque idiomático no le hace sombra a la voz del otro sino que deja caer en toda su plenitud sobre
éste las hojas del lenguaje puro, apenas un balbuceo, resonancias de lalangue.
Con una mínima intervención, logra lo imposible: trasladar una obra fuera de su tiempo e interrogar
así las capacidades significantes del lenguaje. Igual que Pierre Menard cuando emprende
la tarea absurda de rescribir El Quijote, crea una obra infinitamente más rica y más compleja que
la original. Esto es evidente cuando copia con lápiz las fotografías de plantas del libro de Karl
Blossfeldt para luego volverlas a fotografiar, imprimirlas en papel de algodón y enmarcarlas a la
manera del fotógrafo, casi a modo de falsificación. Gracias a este gesto, el original como concepto
se desvanece o, mejor dicho, se multiplica en un número indefinido, y tal vez infinito, de lenguajes
pictóricos que se prolongan remitiéndose los unos a los otros. Cada obra es parte de una serie que
continúa y se expande. Es por eso que, en la selección de dibujos colgados en las paredes de la
sala, en su dudosa autoría, se intuye un gigantesco laberinto de textos que no tiene fin ni principio,
ni externo muro ni secreto centro.